La foto que aparece en
esta entrada es una de las favoritas de mi madre. No para mí.
Parecería una foto
tomada “in fraganti”, o sea, en el momento que realizaba una actividad que me
tenía tan entretenida y absorta que ni siquiera me percaté de que alguien
estaba ahí para retratarme. Cuando es justamente todo lo contrario. La escuela
decidió que para la foto escolar de ese año, en vez de que los alumnos posáramos de frente con
nuestra amplia y rebosante sonrisa, íbamos a posar como si estuviéramos
realizando una actividad artística. Entonces, para esa foto, nos llevaron al
jardín donde estaba dispuesta para la farsa esa jirafa que aparece en la foto,
completamente pintada y terminada, sin que ninguno de nosotros hubiera tenido nada
que ver en su realización. Si se fijan bien, al fondo de la fotografía se
pueden apreciar las piernitas de mis compañeras de clase, es que estábamos en
fila, esperando nuestro turno para representar el papel que se nos pedía.
Aunque sólo tenía cinco
años recuerdo perfectamente la frustración que sentí: ¿por qué representar algo
que no era cierto?, ¿por qué se nos hacía partícipes de una mentira?
Muchas cosas me
molestan de ese momento: la falsedad y su premeditación, el engaño a nuestros
padres, la manipulación de la que como niños fuimos objeto para que la escuela
–privada- pudiera seguir cobrando sus cuotas, pero lo que más me molesta es que
nunca, ni una sola vez, hicimos una actividad artística ni remotamente parecida
a la que se muestra en la fotografía y que a mí me habría encantado realizar.
Recuerdo como si fuera ayer la emoción que sentí cuando, por unos segundos,
pude asir ese pincel con pintura seca. ¡Cómo me habría gustado que todo ese
teatro hubiera sido verdad! ¡Cómo habría disfrutado haber pintado esa jirafa! Entonces
sí, al igual que mi madre, ésa sería una de mis fotos favoritas.
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