Para nadie es un secreto que la diversidad es una fuente para la indagación, la interacción y el aprendizaje. Sin embargo, aun cuando nuestra riqueza y conocimiento estriba en la diversidad de pueblos y culturas, insistimos en tomar posturas inflexibles y unilaterales a este respecto, defendiendo –e imponiendo- nuestro punto de vista como si éste fuera absoluto. En un mar de infinitas posibilidades, nos negamos la oportunidad de aprender –desde la diferencia- algo nuevo.
Erróneamente, tendemos a creer que la diversidad es algo lejano, distante, fuera de nosotros, cuando la realidad es que la diversidad está aquí, ahora, por doquier: en nuestro país, en nuestro barrio, incluso en nuestra familia y es ahí donde tenemos menos disposición para aceptarla. ¿Cuántas veces no le he escuchado decir -con pena- a un padre de familia sobre su hijo: "¡ay!, es tan diferente a mí"? Queriendo decir con esto que ese hijo, al ser tan diferente del padre (bueno, pero cómo se atreve), se ha hecho acreedor a ser la oveja negra de la familia.
¿Cuántas veces no hemos oído decir: “somos tan diferentes”? con el trasfondo de “no hay forma de que podamos entendernos”. Las diferencias que nos caracterizan han sido por mucho tiempo la justificación para separaciones, enemistades y violencia (cruzadas, invasiones, guerras). ¿Es esto lo que queremos? ¿Estamos apostando por una sola forma de vida, por una misma concepción? O bien, ¿es nuestra intención propiciar diálogos auténticos entre los pueblos, entre las culturas, para vivir armoniosamente, en un ámbito de cooperación y respeto?
La diversidad no sólo es buena, es deseable (como en un MOOC). Sin embargo, ésta requiere de nosotros la aceptación, el interés, reconocimiento y validación del Otro. No hay culturas mejores ni peores, todas las culturas son igualmente dignas y merecedoras de respeto. No hay personas superiores ni inferiores: los migrantes, los grupos indígenas, los excluidos y los extranjeros, aportan nuevos conocimientos, ideas, experiencias y esperanza al lugar que llegan. El pluralismo es el trasfondo básico de nuestro tiempo. Asumámonos como somos seres multiculturales; entendamos que el mundo no es un bloque uniforme, homogéneo, totalizado, rígido, cerrado, sino un mosaico cultural, un mundo que alberga en sí muchos mundos.
La diversidad es también un elemento clave en el éxito o fracaso de una compañía: contratar a personas de la misma nacionalidad, sexo, religión, edad y formación es un error garrafal; en este sentido, Celia de Anca ha estado promoviendo la diversidad en el mundo corporativo, lo cual suena perfectamente lógico: cualquiera que difiere de mí, me enriquece.
Como educadores debemos celebrar la diferencia y promover una educación en y para la diferencia, esto es, una educación intercultural: el camino que permita que todos los individuos tengan acceso, desde sus diferencias, a una vida materialmente ética y digna; el camino para la inclusión, el respeto y el reconocimiento de todas las culturas, de todos y cada uno de los seres humanos.
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