Para nadie es un secreto que la diversidad es una fuente para la indagación, la interacción y el aprendizaje. Sin embargo, aun cuando nuestra riqueza y conocimiento estriba en la diversidad de pueblos y culturas, insistimos en tomar posturas inflexibles y unilaterales a este respecto, defendiendo –e imponiendo- nuestro punto de vista como si éste fuera absoluto. En un mar de infinitas posibilidades, nos negamos la oportunidad de aprender –desde la diferencia- algo nuevo.
¿Cuántas veces no hemos oído decir: “somos tan diferentes”? con el trasfondo de “no hay forma de que podamos entendernos”. Las diferencias que nos caracterizan han sido por mucho tiempo la justificación para separaciones, enemistades y violencia (cruzadas, invasiones, guerras). ¿Es esto lo que queremos? ¿Estamos apostando por una sola forma de vida, por una misma concepción? O bien, ¿es nuestra intención propiciar diálogos auténticos entre los pueblos, entre las culturas, para vivir armoniosamente, en un ámbito de cooperación y respeto?
La diversidad es también un elemento clave en el éxito o fracaso de una compañía: contratar a personas de la misma nacionalidad, sexo, religión, edad y formación es un error garrafal; en este sentido, Celia de Anca ha estado promoviendo la diversidad en el mundo corporativo, lo cual suena perfectamente lógico: cualquiera que difiere de mí, me enriquece.