27 abril, 2011

Los niños sí saben lo que quieren (Children do know what they want)

En esta época de “corrección política” en la que cuidamos tanto lo que decimos (más que lo que hacemos), no es de sorprender que el provocador artículo de Amy Chua, Why Chinese mothers are superior, prendiera fuego.
Publicado en enero de este año, el polémico y controversial artículo ha desatado casi 9,000 comentarios y con razón, desde el título, el artículo se ufana de una educación superior, enfrentando la pedagogía oriental con la occidental. El artículo comienza con la siguiente frase: “A lot of people wonder how Chinese parents raise such stereotypically successful kids.”
¿Niños exitosos? Vaya, menudo adjetivo para un niño, es decir, si hay niños “exitosos”, es porque debe haber también niños “no-exitosos” y condenar, desde la infancia, a una persona al “no-éxito” (no quiero decir “fracaso”) me parece criminal.
Pero, ¿qué es, a todo esto, “un niño exitoso”?, ¿el calladito, el aplicado, el estudioso?, ¿y los demás? ¿Qué es éxito?, ¿dinero, fama, reconocimiento? ¿Quién lo marca?, ¿la sociedad de consumo? ¿Cómo se mide?, ¿con qué parámetros? (¿con qué cara?)
Seguimos viendo el éxito como la camisa unitalla que todos debemos (o deberíamos) usar sin tomar en cuenta que (afortunadamente) venimos en muchas y variadas tallas. Los grandes hombres como Jesús, Gandhi y Mandela han sido grandes precisamente porque fueron diferentes, y ninguno de ellos se ajusta a los actuales parámetros de “éxito”. Tristemente, idolatramos a las personas equivocadas, celebramos lo aparente, nos maravillamos ante lo superficial… cuando la grandeza radica en el corazón, en nuestras obras y en el amor que manifestamos a los demás.
Uno de los muchos comentarios que le hacen al artículo de Chua, dice algo así como que es bueno forzar a los pequeños a hacer ciertas cosas porque los niños no saben lo que quieren (¡¿?!). Hacer un juicio de esta categoría equivale a decir que los países en vías de desarrollo necesitan dictadores. Los niños saben lo que quieren, pero (y aquí mucho ojo) lo que quieren puede no ajustarse a lo que sus padres quieren, eso es otra cosa. Yo sigo teniendo los mismos intereses e inclinaciones que tuve en mi infancia; sigo siendo, en esencia, la misma niña que jugaba a ser maestra.
Juzgar a las personas por su tamaño, edad, cultura, posición socio-económica, género, etc. es un error que, como educadores, debemos evitar a toda costa. En una ocasión, una maestra le dijo a mi hijo Jordi (quien es y ha sido particularmente pequeño para su edad) que él no podía opinar en clase porque era “muy chiquito”; cuando fui a recogerlo al colegio, él vino corriendo hacia mí con los ojos cargados de lágrimas y con la voz entrecortada por la impotencia y la frustración me dijo: “¿Sabes, mamá? Yo puedo parecer chiquito por fuera, pero soy grande por dentro”.

2 comentarios:

  1. Hermoso artículo Verónica. Hasta que no liberemos los estereotipos de esta cultura tan confusa no podremos avanzar.

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  2. Hola, Emilio,
    Me alegra que te haya gustado. Muchas gracias por el comentario. :o)

    Muchos saludos,
    Verónica

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