28 noviembre, 2020

Comida rápida


El hombre moderno ya no es, lamentablemente, un ser razonable.

Porque ha perdido toda su sabiduría.

Hoy es capaz de viajar a la luna,

 pero ya no sabe alimentarse.

-Michel Montignac

 

Hubo una época -no muy lejana- en la que el tiempo para la preparación de los alimentos y su consumo era sagrado. Sin embargo,  dentro del paquete de cambios que han traído consigo el neoliberalismo y la globalización, la jornada laboral mide, regula y estructura nuestras prácticas y comportamientos alimentarios. Es decir, nuestra dieta se somete al carácter productivo de la sociedad industrializada, y en nombre de la competitividad y eficiencia, el tiempo es demasiado valioso como para “perderlo” cocinando o comiendo. Las prácticas alimentarias son percibidas como algo que se tiene que hacer entre las otras muchas tareas que demandan nuestra atención, por ello deben compartirse con otras actividades como trabajar en la computadora, leer, ver la televisión, estudiar, hablar por teléfono, caminar, conducir, etc.

Así, en el afán de ser más eficientes, más competitivos y producir más, el tiempo destinado para la ingesta y la preparación de alimentos se ha reducido: en la actualidad se cocina rápido -o no se cocina- y los alimentos se toman de prisa.

Para ello, el sistema de producción de alimentos se ha encargado de facilitarnos la vida al poner a nuestra disposición comida preparada, enlatada, congelada, envasada o empaquetada, es decir, comida lista para servirse. A cambio de este “ahorro” de tiempo, las emisiones del sistema alimentario alcanzan entre el 21% y el 37% del total del GEI antropogénicos; además, dicho sector es responsable del 60% de la pérdida de biodiversidad a nivel global.

En este sentido, resulta necesario hablar del movimiento Slow Food (comida lenta),  el cual, formado en 1986, se alzó como un intento por preservar la producción agrícola local y la cocina regional de cara a la globalización, así como de promover un sentido por el placer y la sociabilización que se logra en torno a la buena mesa local o regional. Para 1989, y en respuesta a su campaña que se oponía a la apertura de franquicias de McDonald’s en Italia, el movimiento Slow Food emergió como una red comunitaria que enfatizaba su oposición no sólo a la comida rápida (fast food), sino al vivir de prisa (fast life). El movimiento nos confirma algo que nuestros abuelos ya sabían: comer es mucho más que poner un pedazo de comida en la boca, es decir, además de ser una actividad biológica, comer es un fenómeno social y cultural. La comida no sólo es imprescindible para la supervivencia física y el bienestar psíquico, sino que es también fundamental para la reproducción social en tanto que la alimentación es uno de los lenguajes que utiliza el ser humano para expresarse y mantener la vida en sociedad.

Entre las funciones socioculturales de la alimentación podemos mencionar las siguientes: satisfacer el hambre y nutrir el cuerpo, iniciar y mantener relaciones personales, demostrar la naturaleza y extensión de las relaciones sociales, proporcionar un foco para las actividades comunitarias, expresar individualidad, proclamar lo distintivo y la pertenencia a un grupo, hacer frente al estrés psicológico o emocional, reforzar la autoestima, prevenir y tratar enfermedades físicas o mentales, simbolizar experiencias emocionales, manifestar piedad o emoción, expresar amor y cariño. La alimentación alude entonces a la experiencia alimentaria en la cual se apropia y se recrea la dimensión social, la cual constituye un aspecto sustantivo en la formación humana.

04 noviembre, 2020

Plantar árboles: nuestra tarea

 Los árboles no sólo guardan gran importancia como productores de alimentos,  medicinas, combustible, y servicios como la conservación de los recursos de suelos y aguas, recreación y biodiversidad; los árboles y las plantas son también los únicos seres vivos capaces de captar la energía del sol para fabricar materia orgánica y liberar oxígeno, por lo que resultan esenciales para la vida.

La plantación de árboles, particularmente en las ciudades, mejora el medio ambiente y puede significar muchos beneficios para la sociedad; los efectos positivos pueden observarse desde un solo árbol hasta un conjunto de éstos (bosque urbano).

Los beneficios de los árboles

Mejoran la calidad del aire. Los árboles limpian el aire, con la presencia de muchos árboles se reducen los niveles de ozono de las ciudades.

Regulan la temperatura. La isla de calor es un efecto urbano que se identifica  como el aumento de la temperatura en la superficie de áreas urbanas debido a la presencia de concreto, asfalto, piedra, industrias, emisiones de automóviles, entre otros, que se suman a la falta de vegetación y espacios verdes. Los árboles contribuyen a disipar el calor de la atmósfera a través de la transpiración.  

Facilitan la infiltración de agua. Los árboles tienen una función sustancial, junto con el suelo, en el proceso hidrológico en tanto que sus raíces permiten la filtración de agua al subsuelo reduciendo el volumen y la velocidad del agua que cae y corre por el suelo durante una tormenta, disminuyendo así daños por acumulación de agua e inundaciones.

Reducen la velocidad del viento. La velocidad del viento se reduce a más de la mitad en zonas arboladas.

Dispersan el ruido. Las hojas y las ramas de los árboles reducen el ruido dispersándolo, mientras que el suelo los absorbe, esto cobra particular importancia en ciudades que presentan contaminación sonora. Aunado a esto, los árboles producen sus propios sonidos, como es el que se produce cuando el viento pasa por sus hojas o el canto de las aves.

Proporcionan sombra. Los árboles disminuyen hasta en un 90 por ciento los rayos del sol y proporcionan sombra. De igual forma, reducen los rayos ultravioleta, a los cuales se les ha asociado con el cáncer de piel.

Son sumideros de carbono. Los bosques son importantes sumideros de carbono en tanto que absorben el carbono que hay en la atmósfera mediante la fotosíntesis, o sea, las plantas leñosas toman la luz solar, agua del suelo y el CO2 de la atmósfera y lo transforman en madera, hojas, flores y frutos, devolviendo, a cambio, oxígeno.

Embellecen un lugar. Las áreas conformadas por árboles y vegetación proveen un agradable ambiente que  además ofrece refugio a otras plantas y animales,  lo cual resulta en zonas estéticas de disfrute, recreación y descanso.

Deforestación

Sin embargo, a pesar de ser absolutamente imprescindibles, gran parte de los bosques del mundo han sido talados para dar paso a tierras de cultivo, carreteras y ciudades; la deforestación es responsable de aproximadamente un cuarto de las emisiones de gases de efecto invernadero. Se estima que en el mundo hay 85 millones de hectáreas de bosques degradados, que podrían restaurarse y rehabilitarse para recuperar la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas que se han perdido.

En  México se ha perdido, por lo menos, la mitad de los bosques desde la época colonial hasta nuestros días. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), México ha talado 6.3 millones de hectáreas de sus bosques, ocupando el segundo lugar en América Latina en destrucción forestal (el primer lugar lo tiene Brasil).

Plantar árboles

En este sentido, cobra gran importancia el Movimiento Cinturón Verde (Get a green belt) que echó a andar Wangari Maathai (1940-2011), ganadora del Premio Nobel de la Paz.  El Cinturón Verde, originado en Kenia, trabaja por plantar árboles de manera activa en África; sin embargo, se ha tornado en un movimiento internacional. A partir de 1970, Wangari llegó a plantar más de 20 millones de árboles. Para Maathai la solución para el cambio climático y los problemas ambientales era simple: plantar árboles, muchos árboles.