09 abril, 2012

Aprendiendo una lección


Hace unos meses, me inscribí a clases de natación. A lo largo del proceso de inscripción, se me preguntó –varias veces- si sabía nadar. Sin el menor asomo de duda contesté, en todas las ocasiones, afirmativamente.
Así pues, se llegó el día de mi primer clase y yo estaba lista, a la orilla de la alberca, vistiendo mi traje de baño, gorra y goggles; el maestro se me acercó para preguntarme –una vez más- si sabía nadar, le dije que sí. Entonces me preguntó que cuándo había nadado por última vez. La verdad es que no pude recordarlo. Hace mucho tiempo que no lo hago, le contesté.
Una vez en la piscina me vino un recuerdo: la niña de cuatro años jugando con una pelota durante el recreo que se daba después de la clase de natación, la pelota resbalándose entre sus manos yendo a dar a la mitad de la alberca, la niñita echándose al agua en busca de la pelota creyendo que sabía nadar… no sabía, me hundí como un ancla hasta el fondo de la piscina. Ahí estaba, con los cabellos largos y rizados ondeando en el agua buscando socorro; ahogándome ahí mismo, en plena escuela de natación, sin ser advertida por ninguno de los maestros del lugar. Afortunadamente, mi mamá lo había visto todo y sin parpadear, completamente vestida, se echó al agua para salvarme la vida.
Después de ese “incidente” continué, por muchos años más, con mis clases de natación. Es por eso que siempre que alguien me preguntaba si sabía nadar, contestaba automáticamente que sí, sin la menor consideración de que tal vez, digo, a lo mejor, no era así.
Aunque esa primera clase parecía como un buen momento para considerar esa posibilidad, decidí nadar como si supiera cómo hacerlo (típico en mí), tratando de recordar los movimientos y la respiración.
Después de 10 brazadas no pude continuar, había tragado tanta agua que ya me había llegado hasta el cerebro.
A pesar de la conmoción causada por la cantidad de agua ingerida, la verdad se apareció nítida ante mí: después de todos esos años de clases y más clases de natación, yo no sabía nadar.
Regresé a mi casa y mis hijos, quienes son excelentes nadadores, me preguntaron cómo me había ido. Les dije que no sabía nadar. Aunque no me creyeron, cada uno de ellos me dio una serie de explicaciones de cómo debía hacerlo. Claro, afuera del agua la cosa resulta sencillísima.
Se llegó el día de la segunda clase y entonces (ésta es la mejor parte de la historia) mi esposo, el hombre más lindo del mundo, me llamó para decirme que estaba por salir de una junta y que iba para la escuela de natación: quería verme nadar :-s
¡Santo cielo! Ese día fui  -particularmente-  un desastre, o sea, un desastre completo, no pude hacer nada ni remotamente bien; para rematar, sin querer le pegué a uno de mis compañeros y perdí mi flotador, el cual salió disparado hacia otro de los carriles impidiendo el paso de los demás nadadores. En medio del caos, alcé la mirada para ver a mi esposo, él estaba ahí sonriéndome, como lo hace siempre, dulcemente; yo le devolví la sonrisa sintiéndome absolutamente feliz de saber que mi incompetencia acuática no tendría ningún efecto sobre nuestra relación.
Después de la clase, me estaba esperando en el estacionamiento. Una vez que me tuvo de frente, me miró a los ojos y me dijo: Nunca creí que nadaras tan mal, realmente no sabes nadar. Pero eso no importa, lo que importa es tu coraje, tu determinación y tu voluntad por aprender. Terminando de decir esto me abrazó. :-)

Mis clases de natación no me han enseñado a nadar todavía, pero me han enseñado otras cosas:
1.  Me enseñaron que no debemos asumir que se ha aprendido algo basándonos en el tiempo que se ha invertido para aprenderlo.
2. Me enseñaron que ninguna teoría –ni siquiera la práctica- tiene razón de ser cuando se hace fuera de un entorno real (o sea, fuera del agua).
3. Me enseñaron a ser humilde porque aunque soy bastante buena en muchas cosas, no soy buena en todo… pero puedo aprender.

#Change11ES  #CCK12

Learning a lesson


A few months ago, I signed up for swimming lessons. Throughout the registration process I was asked –many times- if I knew how to swim. Without a shadow of a doubt, I answered affirmatively to all of them.
So, my first class came and I felt ready.  Having on my swimming suit, goggles, and cap, I was approached by my instructor, who asked –again- if I knew how to swim. I said “yes”. Then he asked me when was the last time that I swam, I couldn’t remember precisely.  “It’s been a long time”, I said.
Inside the water I had a flashback: a four year old little girl playing with a ball in the free time given after the swimming lesson, the ball slipping through her hands and landing in the middle of the swimming pool, the little girl diving into the water thinking that she could swim… I couldn’t, I went down to the bottom of the swimming pool as if I had an anchor tied to my body. I was drowning and not even one of the instructors seemed to notice. My long curly hair moved in the water, crying for help.
Fortunately, my mom, who was sitting in the bleachers, saw the whole thing and came to my rescue, diving in with her clothes and shoes on. Quite a show.
After that “incident”, I continued, for many years, with my “swimming education”. Therefore, when anyone asked me if I knew how to swim, I automatically said “yes”, with not even a trace of consideration to the idea that maybe, and just maybe, I didn’t.
Although being inside the water made me consider that idea, I chose to swim as if I knew how to do it (typical of me), trying to remember how to put together the movements and the breathing. After 10 strokes, I couldn’t continue, I swallowed so much water that I’m sure it even got into my brain.
Despite the commotion caused by the given amount of water in my body, I came to realize the shocking truth: after all those years of swimming lessons, I never learned how to swim.
I went back home and my sons, who are excellent swimmers, asked me how it went. I told them that I couldn’t swim. Even though they didn’t believe me, each one of them gave me all kinds of explanations on how to do it. Outside the water it’s really easy, of course.
My second class came and (this is the best part of the story) my husband, who is the sweetest man on Earth,  called me saying that he had an early meeting and that he was going to meet me at the swimming school so he could see my swimming :-s
Oh, boy! That day I was a complete disaster, I couldn’t get to do anything remotely right; on top of that, I bumped into one of the swimmers and I lost my floater, which went to the other lane, blocking the way. However, I looked up to see my husband and he was tenderly smiling at me.  I smiled back feeling absolutely happy that my swimming skills had no effect whatsoever on his feelings for me.
After the lesson, he was waiting for me in the parking lot. Once I approached him, he looked me in the eye and said, “I never thought that you could swim so badly, you really don’t know how to do it. But it doesn’t matter. What matters is your courage, determination, and willingness to learn”. Then he hugged me. :-)
My swimming lessons haven’t taught me how to swim yet, but they have taught me other things:
1.  They taught me that when it comes to learning you can never assume the outcome based on the time spent in class.
2. They taught me that theory –or even practice- in a non-immersive environment (outside the water) is useless and pointless.
3. They taught me to be humble because even though I’m good at many things, I’m not good at everything… but I can learn.

#Change11 #CCK12  #CMC11