21 agosto, 2020

Pobreza y vulnerabilidad ambiental


En enero de 2016 se pusieron en marcha Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se orientan a la adopción de políticas y medidas -en unos 170 países y territorios- para mejorar la vida de las personas y proteger al planeta. Es importante subrayar que la primera medida de los ODS es poner fin a la pobreza en todas sus formas en el mundo. Hablemos un poco de esto…

Una clara expresión de la crisis civilizatoria que nos aqueja es el agravamiento de la ya de por sí marcada brecha entre los pobres y los opulentos, los hambrientos y los sobrealimentados, los poderosos y los impotentes, a lo cual Bernardo Kliksberg denomina como “escándalos éticos” (entre los cuales cita al hambre, el déficit de agua potable e instalaciones sanitarias, las elevadas tasas de mortalidad infantil y mortalidad materna, el déficit en educación, la discriminación de género y el cambio climático), y es que mientras el consumo crece entre los ricos, mil millones de personas viven con menos de un dólar al día.

La desigualdad global ha crecido cinco veces en los últimos veinte años. El 20% de la población mundial, los ricos, consume el 85% de todos los bienes y recursos naturales. En cuanto a América Latina y el Caribe, de acuerdo con Oxfam, el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza; el número de milmillonarios en la región ha pasado de 27 a 104 desde el año 2000. Como contraste, casi la mitad de la población es pobre: se estima que en América Latina  218 millones de personas carecen de protección en salud, 100 millones no cuentan con servicios de salud y 82 millones de niños no tienen acceso a vacunas.

En este panorama, Rita Segato asegura que la acumulación de la riqueza ha traspasado todos los límites; el ritmo de la concentración del capital es altísimo –tanto-  que usar la palabra desigualdad para hablar de este fenómeno hoy resulta poco, o sea, este término ya no alcanza para dar cuenta de la magnitud del problema que enfrentamos. Por lo dicho, a la par de la pobreza extrema, deberíamos considerar erradicar también la riqueza extrema.

¿Qué es la vulnerabilidad ambiental?

La palabra vulnerabilidad deriva del latín vulnerabilis (vulnus que significa herida y -abilis que indica posibilidad), esto es, señala la probabilidad de ser herido. Siendo así, la vulnerabilidad ambiental se relaciona con la mayor o menor exposición que tenga un territorio para ser afectado por un evento, en este caso, la magnitud de los posibles impactos generados por la problemática ambiental.

Aunque hay muchos tipos de vulnerabilidad (como la vulnerabilidad social, económica, alimentaria, física, laboral y la ambiental),  la pobreza es un factor determinante en cualquier tipo de vulnerabilidad en tanto que la seguridad o inseguridad de las personas y de las sociedades se determina en gran medida por la disponibilidad de los recursos y, sobre todo, por el derecho –o el privilegio- de ciertos grupos e individuos para recurrir a éstos. Es decir, las personas ricas y las personas pobres no viven de la misma forma las consecuencias del deterioro ambiental. Las clases ricas pueden disponer de aire acondicionado, filtros de agua, atención médica privada, etc. Así entonces,  pueden costear  tecnologías y servicios que los amparan en caso de cualquier contingencia o desastre natural. Por otro lado, las personas con pocos recursos económicos, generalmente, viven en zonas de alto riesgo. Por ejemplo, quienes viven en las laderas de los ríos son más vulnerables ante las inundaciones que los que viven en lugares más altos.

México es altamente vulnerable al cambio climático

A la pobreza que ha ido creciendo en el país, según datos del CONEVAL, se suma el alto riesgo de ocurrencia de eventos climáticos extremos. En otras palabras, México presenta una vulnerabilidad ambiental importante en tanto que se advierte la vulnerabilidad por inundaciones, deslaves, fenómenos hidrometeorológicos extremos, escasez de agua, ondas de calor, potencial de transmisión de enfermedades, etc.

En este sentido, y como señala Mariana Pelayo en su artículo En defensa de la vida, es urgente que reflexionemos sobre la crisis ambiental y reconciliarnos con la naturaleza. Pero, y sobre todo,  es imperativo reconsiderar nuestro sistema de vida basado en la explotación a fin de  luchar por un nuevo paradigma civilizatorio, aquél que enarbole la justicia social y el bien común como banderas.

Twitter: @verozentella

08 agosto, 2020

Enseñanzas de la pandemia

 

Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento.

-Hipócrates (460 a. C. – 370 a. C.)

 

Sobrepeso y obesidad

Entre las muchas enseñanzas que nos está dejando la pandemia podemos contar, sin lugar a dudas y como ha señalado en numerosas ocasiones Hugo López-Gatell, las consecuencias de la mala alimentación: en México, siete de cada diez adultos y uno de cada tres niños presentan sobrepeso, lo cual aumenta los riesgos por COVID-19.

La alimentación de los mexicanos ha cambiado de manera drástica en los últimos cincuenta años en los que se ha reducido el consumo de frutas, verduras y leguminosas como el frijol y, en cambio, ha aumentado el consumo de golosinas y bebidas azucaradas a tal grado que México es el segundo país con mayor consumo de refrescos per cápita del mundo. Las bebidas endulzadas (refrescos, jugos y tés embotellados, bebidas deportivas y aguas vitaminadas, entre otras) no sólo se han implicado como causa significativa de la obesidad y la diabetes, sino también del desarrollo de enfermedades cardiovasculares y osteoporosis, como se muestra en el documental Dulce agonía. Los estragos de la chatarra. Por lo cual, y de acuerdo con El Poder del Consumidor, nuestro país encabeza la prevalencia de muertes atribuibles al consumo de bebidas endulzadas, con 24 mil 100 muertes anuales.

Alimentación y crisis ambiental

Ahora bien, nuestra alimentación, además de tener un mayúsculo impacto en nuestra salud, también incide -y de manera importante- en el deterioro ambiental. El tipo y la cantidad de alimentos que consumimos tienen repercusiones globales en relación al cambio climático, la preservación de la biodiversidad, el uso de la tierra y el mar, y la disponibilidad y calidad del agua dado que el sistema alimentario es responsable de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero -GEI-. Esto ocurre porque todos los alimentos conllevan, a lo largo de su ciclo energético (es decir: cultivo y procesamiento; transporte y empaquetamiento; empaquetamiento para el consumidor; transporte; almacenaje y distribución; refrigeración y exhibición), cierta cantidad de emisiones de GEI. Sin embargo, no todos los alimentos suponen la misma cantidad de emisiones, por lo que mediante nuestras elecciones alimentarias podemos acrecentar o disminuir la emisión directa e indirecta de GEI. Para ello, es importante entender que existe una correlación entre el incremento de la malnutrición y el deterioro ambiental dado que los alimentos procesados –conocidos también como chatarra-, además de ser altos en densidad calórica y bajos en nutrimentos (es decir, engordadores y poco nutritivos), también utilizan demasiada energía para su producción y disponibilidad, lo cual genera una gran cantidad de emisiones directas e indirectas de GEI como resultado.

 Alimentación sustentable

El sistema agroalimentario actual no es sustentable ya que, por un lado, ha generado y extendido la malnutrición en todas sus formas: desnutrición, carencias de micronutrientes, sobrepeso y obesidad al ofrecer alimentos altamente industrializados (o sea, alimentos procesados y refinados, desprovistos de fibra y nutrientes, adicionados con colorantes, saborizantes y conservadores) que se caracterizan por sus altos contenidos de azúcar que devienen en sobrepeso y obesidad acompañados de carencias de micronutrientes. Por otro lado, depende del uso de combustibles fósiles, agroquímicos y pesticidas, demanda energética, largos trayectos de transportación, mano de obra barata y pérdida cultural y de la  biodiversidad como suscribe en su artículo Ana De Luca.

Por si esto fuera poco, además de  propiciar la malnutrición y el deterioro ambiental, el sistema agroalimentario actual es profundamente injusto, inequitativo y desigual.

No obstante y de cara a esta problemática, los consumidores podemos hacer la diferencia al elegir dietas saludables, las cuales son bajas en carbono y densidad energética,  y altas en micronutrientes.  A través de nuestras elecciones alimentarias jugamos un papel fundamental ya que tenemos el poder de rechazar la comida chatarra y demandar alimentos saludables y bajos en carbono.

Consejos para elegir una alimentación sustentable

A fin de elegir una dieta saludable y baja en emisiones de carbono, es importante seguir los siguientes lineamientos:

a)     Evitar el consumo de bebidas azucaradas. Por lo general, las bebidas endulzadas están embotelladas en PET, lo cual, además de presentar una ingesta calórica importante, implica un incremento en la circulación de este tipo de residuos sólidos.

b)     Evitar los alimentos procesados. La comida procesada es alta en grasas, sal y azúcares. Además, los alimentos procesados (incluyendo los enlatados) necesitan más envases que utilizan energía y se suman a los flujos de residuos sólidos. Así también, con frecuencia, dicha comida procesada no es de producción local, lo que significa que tuvo que haber sido transportada, creando así aún más emisiones de GEI.

c)      Elegir productos locales. Una forma segura de evitar las emisiones de GEI es evitar o minimizar el transporte de los alimentos y el almacenamiento de los mismos. Lo mejor es obtener los alimentos directamente de la fuente, o mejor aún, cultivar los propios alimentos por medio de huertos comunitarios, caseros o escolares.

d)     Evitar los alimentos congelados. Entre menos alimentos refrigerados o congelados se compren, se hace menos necesaria la energía para mantener todos los frigoríficos, congeladores y la utilización de camiones con refrigeración.

Aprendamos de nuestros errores, ¡optemos por una alimentación sustentable!